Monday, October 03, 2005

Un dios menor

Un dios menor

Nuestro mundo es el reflejo de las acciones, los anhelos y los sueños de un dios menor. Habita en algún punto del cielo, rodeado por otras divinidades turbias que a su vez proyectan otros mundos. En este lugar no existe un ente superior: el autor del universo ha muerto, era el Origen y estaba en su destino morir tras su nacimiento. Ahora gobierna toda la Existencia. El sistema que rige el cosmos es, pues, una suerte de democracia o anarquía.
Es claro que no siempre fue así. Al principio hubo dictadores, largos períodos de guerra, el orden llegó después. Al tirano más famoso ahora le dicen Diablo, aunque se lo conoce también por otros nombres. Satanás, Mefistófeles, Belcebú, Lucifer.
Los funcionarios del Estado son elegidos cada mil años, el recambio de las autoridades ha concordado siempre en los distintos mundos con momentos de crisis o grandes revoluciones. Las vicisitudes de nuestro mundo siguen las vicisitudes del mundo superior.
En el universo la existencia no es igualitaria. Hay niveles de perfección. La pureza y perfección de la realidad decrece a medida que se baja a otros niveles. Los que aseguran que el cielo es el último horizonte no pudieron resolver ciertas contradicciones con respecto a la creación y a la multiplicidad de mundos. Por eso, una leyenda habla de que existe otro peldaño más en la escalera cósmica, al cual no hay acceso. El nivel que viene después del mundo humano es la literatura y la mitología. Las leyes en este universo inferior son demasiado blandas y la realidad casi nula: hay unicornios, sirenas y sombras construidas con la materia de las letras. En la conciencia de los hombres permanece la falsa certeza de que son los verdaderos creadores de esos mundos.
En el cielo las cosas son transparentes, livianas y no proyectan sombra. Los intelectuales han escrito que se asemejan a los cuadros cubistas, porque uno puede mirar todas sus caras y lados simultáneamente. En el cielo cada cosa ha sido creada con una finalidad trascendente. En cambio, las imitaciones terrestres no siempre difunden la claridad de su esencia. A menudo los hombres se sienten perdidos ante el mecanismo secreto de las cosas. Esa grieta del entendimiento ha traído consecuencias funestas a lo largo de la historia.
Lo real, lo verdadero, es un atributo privativo del cielo. Allí las preguntas no existen, nadie sabe (nadie necesita) la palabra filosofía. El ser de las cosas puede ser comprendido únicamente en el mundo superior. A nosotros, los hombres, nos queda una zona de sombra, un contorno en la niebla, un principio remoto de conocimiento y certeza. Lo demás es angustia. Por eso, el hombre sólo encontrará su cara buscando en los espejos del cielo.

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