Tuesday, September 09, 2008

No va a bajar

I

No fue sino hasta el quinto semáforo de la avenida que la mujer se atrevió a mirar a su hijo.

―¿En qué estabas pensando? ―le preguntó. ―¿Qué pasaba por tu cabecita en ese momento? Me gustaría saber. Porque trato de buscar una explicación, algo que me ayude a entender y no puedo. ¿Es cierto? ¿Todo lo que me contó la directora? Mirame cuando te hablo. Estoy temblando. ¡Qué vergüenza Dios mío!

Soltó las manos del volante un segundo, suspiró y tomó aire, como si supiera que no iba a detenerse hasta llegar a casa.

―No vas a volver. ¿Ya te lo dijeron, no? No, no vas volver. Aunque llores y patalees… Lo más probable es que no te importe. ¿Pero pensaste en tus hermanos? ¿No se te ocurrió pensar que ellos van a tener que seguir yendo a ese colegio? ¿Que llevan tu mismo apellido? Sos el mayor, Franco. Sos el que debería dar el ejemplo…

―En cuanto a mí ―dijo― creo que no soy una mujer estúpida ni frívola. No me importa lo que piensen de mí los demás. Ni los vecinos, ni las otras madres. No vamos a mudarnos ni a escondernos. Y si alguien me para en la calle, le diré la verdad: es mi hijo y lo quiero. Eso no va a cambiar. Pero a vos… sí. Creéme, el día de mañana sí te va a importar. Esta etapa de rebeldía o como quieras llamarla, va a pasar y esto no va a desaparecer así nomás, Franco. Pensalo. Si algún día, una chica te gusta en serio, no vas a querer que lo sepa… No soy mala. ―dijo, como para sí misma, después, más fuerte: ―No, no soy mala. Sólo quiero que sepas lo que va a venir...

Antes del siguiente cruce, vieron a un enorme camión con acoplado doblar y ponerse en el mismo carril que ellos. Hasta que pudieron pasarlo, siete cuadras después, el paisaje se redujo a una alta pared gris.

―Cuando me pediste empezar terapia me preocupé. No dormí ni un segundo de toda esa noche. ¿Sabías? No, seguro que no lo sabías. ¿Por qué mi hijo querría hacer terapia? Me pregunté. ¿Qué cosas le pasan a mi hijo que no puede contarme? Me dijiste que no era nada serio, que no me preocupara. Y así fue. Pensé que no era más que un capricho, una fantasía. Que como muchos de tus amigos iban, estaba bien que quisieras probar. Nunca te pregunté nada. No quería invadir tu privacidad. Ahora me gustaría saber qué habrás hablado con ella...


―Pero la verdad es que no tenés excusas… Tu padre y yo no estamos separados. Acá no hay borrachos ni drogadictos. No hay secretos terribles en nuestra familia. Nunca fuiste presionado para ser algo que no quisieras ser. Les dimos libertad. Y también les pusimos límites. Porque eso es lo que debe hacer un padre. Nunca les faltó nada y siempre estuvimos ahí para ustedes. Pensaba que podías confiar en mí. ¡Que podíamos hablar!

―Van a cambiar muchas cosas en esta casa. Muchas cosas. Ya no sos tan chico, Franco. A esta altura, sabés o al menos deberías saber lo que está bien y lo que está mal. Y si creés que no es tan fácil discernirlo, que hay zonas grises, que la mitad de las cosas que te decimos son estupideces. Por lo menos, sé inteligente, no te arruines la vida. ¿Cuál es tu problema? ¿Te da miedo el futuro? ¿Sabés lo que querés ser? ¿Hay algo del mundo que te desvele? ¿La guerra? ¿La pobreza? La verdad, nunca te vi como un chico interesado. Pero igual te lo pregunto porque quiero entender.

Finalmente entraron en el bulevar que llevaba a la casa. Se alternaban palmeras y plátanos. El sol formaba islas de luz y sombras en el parabrisas y se hacía difícil ver lo que había apenas unos metros más adelante.

―Tu padre sabe.

Por primera vez en todo el día ahora él la miraba a ella.

―Al fin un poquito de tu atención. Sí, sabe. Lo llamaron esta mañana porque no podían comunicarse conmigo. Hablé con él. Y tampoco podía creerlo. Estaba descompuesto. Nunca lo escuché así. Nunca. Parecía otra persona. Vos no sabés cómo es él. Cómo estas cosas pueden afectarlo. Pero le dije que no se preocupara. Que pensara en otra cosa, que yo me iba a encargar y que después lo íbamos a resolver entre todos, como una familia. Que no tenía sentido hacerse mala sangre. Dijo que va a volver temprano a casa. Que va a hablar con vos. ¿Me estás escuchando?




II




El portón se abrió con un chirrido y los perros comenzaron a ladrar. Franco esperó a que su madre entrara en la casa para bajar del auto. Atravesó el jardín lentamente y subió a su habitación. Dejó la mochila sobre su cama y cerró la puerta con llave. Allí, de pie, dio una rápida mirada a todas sus cosas, se detuvo una por una, como si supiera que tarde o temprano vendrían por ellas. En la computadora tenía varios mensajes sin responder. Supuso que serían sus amigos y apagó el monitor. Fue hasta el placard y empezó a desvestirse frente al espejo, amontonando con el pie la ropa en un rincón. Contempló sus músculos, el pelo incipiente, la línea de color que separa lo que puede mostrarse de lo que no.
Miró hacia arriba. De un salto se colgó de la barra de metal sobre la puerta del baño. Todas las mañanas hacía ejercicios en esa barra. Empezó a hamacarse, llevando las piernas hacia atrás y hacia delante, con fuerza. La ventana estaba abierta y bastaba abrir las manos. Un ángulo de la pileta aparecía y desaparecía. Y cuando sintió que había tomado el impulso necesario las abrió, soltándose. Pero en el aire, en el último segundo, torció el cuerpo y cayó, de costado, en el centro de la cama. El tobillo dio un golpe seco contra el respaldo y el dolor fue tan intenso que tuvo que morder la almohada para no gritar. Cerró los ojos, tratando de pensar en otra cosa. Sonrió y respiró hondo.
Boca arriba, desnudo, los sonidos le llegaban profundos y claros. Desde allí, oyó a sus hermanos llegar y subir corriendo las escaleras. Gritaban como locos. Seguramente ya sabían. Oyó, después, los tacos de su madre, que subía tras ellos y entraba en sus cuartos y les hablaba en un tono que no le había oído nunca. Después, no se oyó más nada.


Bajó al living a las cinco en punto, una hora antes de la hora en que su padre acostumbraba a llegar. Estaba bañado y se había puesto su mejor camisa. Encontró a su madre recostada en un sillón, mirando a la mucama regar el jardín. Tenía un vaso de coca light y de tanto en tanto revolvía los hielos con un dedo. Se deslizó sin hacer ruido y buscó el lugar más lejos posible para sentarse.

Estuvieron mucho tiempo así, en silencio, mirándose sólo cuando el otro no miraba. Una vez, uno de sus hermanos pasó por el living, en traje de baño y con una toalla en la mano. Sus ojotas sonaban como sopapas en el piso.

―¿Qué les dije?

El chico la miró sorprendido.

―Les dije que no bajaran.

Otra vez, sonó el teléfono, pero ninguno de los dos siquiera amagó a atender. La mucama, que seguía en el jardín, asomó la cabeza por una de las ventanas abiertas y señaló el inalámbrico hasta que entendió que no tenía que estar ahí.

El sol fue cambiando de posición. Oscureció. El viento empezó a soplar en los árboles, anunciando una tormenta. Desde la cocina llegaba el olor de la comida haciéndose. En algún momento, entre las ocho y las nueve, los dos se durmieron, cansados de esperar.

Cuando al fin se oyó el portón abrirse, sus hermanos entraron intempestivamente desde la cocina y corrieron al ventanal. Se treparon al respaldo del sillón y ahí se quedaron. Era evidente que habían estado esperando detrás de la puerta. Y si no los miraron a él ni a su madre fue para que la actuación pareciera más convincente. Ellos tardaron un momento en despabilarse, en entender por qué estaban ahí. Durante un segundo, los faros del auto atravesaron el ventanal y el living se iluminó por completo. Aunque estaban preparados, cerraron los ojos, como en una foto brusca e inesperada.

―Llegó papá ―anunció el menor.

Oyeron con delicia cómo las ruedas trituraban las piedritas del garage en cada maniobra. El motor se apagó, y al mismo tiempo, los ruidos del jardín se dilataron. La casa se separó físicamente de las otras, a través de jardines, piletas y metros de oscuridad. Esperaron un segundo más. Pero no oyeron el ruido que venía necesariamente después de aquel.

―Mamá: No baja.

Estaba desconcertado, su voz temblaba. En cambio, su hermana, que había apoyado las dos manos abiertas en el ventanal, giró hacia ellos y dijo, como si ya supiera:

―No va a bajar.

3 comments:

Anonymous said...

che que bueno, me gusto mucho...hubiese querido que siga un poquito mas, me quede con la intriga...
Mucho suspenso, mucho clima, imagenes muy claras.
Besos
Naty

agus ontheblog said...

muy buenoooo! se me armó imagen a imagen. Tiene algo que me copó...
no sabes que pasó, pero me parece que AHI cada uno le da el contenido que quiere, o que le surge, lo que desemboca en esa situación, muy bien descripta, la cual seguramente todos alguna vez hemos pasado.

Agus
(a huge fan)

Noe García said...

Tom, mirá lo q acabo de descubrir 2 años después del post.
Brillante. Me encantó.
Me quedé con ganas de más.
Dejaste la escritura? una pena.
Besitos loco
Noe