Friday, July 01, 2005

Carne y tinta

Soy escritor y ayer asesiné a un hombre.

Ya no importan los motivos que me forzaron a esa determinación, ni los delicados pormenores de su muerte, pero ahora un cuerpo flota en el río y empiezan los problemas. Muy pronto las sospechas recaerán sobre mí: nadie ignora con cuánto fervor odiaba a ese borrador de hombre. Y aunque no han tocado a mi puerta aún, en mis sueños ya me persiguen las sirenas de la ley y también una voz remota: algo parecido a la tristeza (no al miedo) que me crece como un cáncer.

Repito: no al miedo, a mí no me duele la opresión de los cobardes. Sé que el hombre, desde que es hombre, ha tenido la extraña capacidad de resolver dilemas que parecían infinitos. La ropa y el fuego vistieron al frío; la rueda y las alas suprimieron la distancia. En cierto modo, yo haré lo mismo, pero mi único oficio es la escritura. Por eso, el hombre que maté resucitará ahora en mis palabras, en un mundo de papel, con otra historia. Y si hay alguna virtud en mí como escritor, nadie notará el cambio. La corriente, los peces y el tiempo harán el resto. Entonces, con suerte, todo habrá terminado.

Hay quienes dicen que ya no distingo entre la carne y la tinta. Pero yo no les creo. Hace frío y el viento gira muy adentro de la noche; para darme calor escribiré una chimenea encendida en esta pared rayada.

Aquí concluye este breve testimonio que no sé bien por qué lo escribo y que acaso me salvará de la horca.

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