Thursday, June 30, 2005
La inmortalidad
Yo era en aquellos años un oscuro funcionario de la burocracia. En un palacio derruido, mi trabajo consistía en dilatar las peticiones de los hombres. Tenía un séquito de secretarias que me ayudaban en esa función: me interrumpían constantemente con llamadas equivocadas, me seguían hasta el baño, derramaban el café sobre mis papeles. Sólo de esa forma podía seguirle el ritmo a las postergaciones.
Recuerdo que algunas tardes venía un hombre a visitarme. Sabíamos por rumores de los guardias que había tardado varios años en llegar hasta mi puerta. Pero nunca me pidió nada, se limitaba sentarse en un banco que había en el pasillo. También sabíamos que su nombre empezaba con F, pero el resto de las letras se había perdido debajo de tantos sellos. La última vez que vino parecía más lúcido que nunca. Entró en mi oficina y miró la alta torre de expedientes. La inmortalidad, dijo, es estar al fondo de la pila.
Ejercicios nada más...
Igual posteo el último...
Soñé que era un oscuro funcionario de la burocracia. En un palacio derruido, mi trabajo consistía en relegar las peticiones de los hombres. Todas las tardes venía Kafka a visitarme, pero nunca me pedía nada. La última vez parecía más lúcido que nunca. Miró la alta torre de expedientes. La inmortalidad, dijo, es estar al fondo de la pila.
Tuesday, June 28, 2005
Más a lo Bolaño
Soñé que sabía que era mentira que sólo un instante puede definir nuestra existencia. Iba a buscar a Borges para decírselo. Me recibía en una biblioteca con pisos y muebles de arena, pero no quería escucharme. Entonces yo le pateaba el bastón y él gritaba aterrado el nombre de su madre y también: "eres esto, eres esto". La escena se repetía al menos seis veces.
Soñé que perdía la capacidad de soñar. Había agotado las reservas de cansancio y todas las represiones posibles. Desde un diván de humo, Freud me dictaba que no había esperanza y que pronto iba a despertar. En la vigilia, se borraban uno a uno todos mis libros.
Monday, June 27, 2005
Bolaño y un paseo por la literatura
Friday, June 24, 2005
Cuento en proceso: El americano
Entonces me interesó la idea de jugar con un estereotipo, llevarlo a su máxima expresión. Un hombre argentino, padre de familia, obsesionado con el estilo de vida americano. Desde siempre, su plan es mudarse allá. Lleva a su familia a vivir a USA. Pero algo sale mal desde el principio. Él no es americano. Y se lo hacen saber. Y al mismo tiempo, empiezan a aflorar en él las peores cosas de los americanos.
Al principio, pensé en contarlo desde el punto de vista del tipo, tenía una especie de monólogo fuerte, muy político, que en el fondo tiene muchos problemas literarios. Entonces pensé en hacerlo desde el punto de vista de la mujer, que era más interesante, pero también no podía sacarle todo el jugo. Y siempre me había estado rondando la cabeza la idea de varios narradores que arman la historia como un rumor encadenado. Y ahí fluyó... Empieza la mujer, después la suegra, el hijo, la mucama que se llevan allá, un colega del laburo. Con pequeños comentarios van desentrañando la personalidad de este tipo.
Transcribo algunos de los fragmentos:
Ahora que estamos instalados puedo contarlo. Al fin. Que entramos en un ritmo similar a la rutina. Los chicos ya no preguntan por Buenos Aires y encontré alfajores en un supermercado latino. Así de fácil es tenerlos contentos. La casa es amplia, luminosa e igual a muchas otras del barrio. Me estoy acostumbrado a ver mis cosas en su nuevo espacio. Al otro lado del mundo, proyectan las mismas sombras en pisos semejantes. Matilde y Lucía han madurado de golpe: perdieron la fascinación del idioma y de la tierra prometida, pero poco a poco se integran a su nueva escuela. Hace unos días, vinieron unos amigos a casa y desde la cocina los oí jugar durante horas, sin diferencias ni barreras. Juan, que era el que más nos preocupaba, parece haber superado la etapa de marsupial crónico: está encantado con el béisbol y esta libertad de andar en bicicleta afuera. De Pablo no sé qué decir. Parece feliz con el trabajo, con el auto nuevo. Por lo demás, yo creo que estoy bien. Ahora estoy sentada en el jardín, mirando la pileta. Nunca antes tuve una. Siempre fui un animal de ciudad. Tal vez por eso tengo el temor absurdo de que un chiquito va a saltar la reja y se va a caer. Que lo voy a encontrar yo, mañana, en un fondo con hojas y sapos.
Mamá dice que es normal ponerse nervioso cuando uno se muda. Lo extrañamos mucho cuando tuvo que hacer cola durante dos días enteros en el aeropuerto, para solucionar un problema de nuestros documentos. Parece que gente de todos países del mundo quiere venir a vivir acá. Cuando volvió de ahí parecía enojado o cansado. Mamá dice que hay que esperar, que cada uno tiene sus tiempos. Como nosotros somos chicos es más fácil acostumbrarse. Además papá nos preparó desde siempre para venir a Estados Unidos. En la otra casa, venía a la noche y se arrodillaba al costado de nuestras camas y nos contaba las cosas que íbamos a encontrar acá. Con las chicas decimos que exageró para que no nos pusiéramos tristes por la mudanza. La verdad es que ya no extraño tanto. Todo el tiempo nos hacía pruebas de inglés y de historia. Una vez me acuerdo que pasamos horas estudiando los nombres de los estados, Texas, Florida, Alabama, que son como cincuenta. California, Wisconsin. Hay uno que se llama Washington pero está a miles de kilómetros de la ciudad que se llama Washington. Es una de las trampas de la geografía nos dijo, y por eso tenemos que estar atentos.
Ya le dije a la señora de que me quiero volver. Vine porque era una oportunidad, porque acá en dos años podía ahorrar lo mismo que allá en toda una vida, pero ahora se me fue la esperanza. Ayer me la crucé en la cocina, sentí coraje y le dije: Señora, yo te respeto y te agradezco lo que ha hecho por mí, pero esto no puede seguir así, a este hombre lo han cambiado. Estaba segura de que me iba a decir de que era una desagradecida y una irrespetuosa, pero me tomó de las manos y me pidió que aguante unos días. Algo va a pasar en esta casa. Tengo miedo de quedarme sola en este país extraño, no pasa un día sin que revise mi cartera para ver si todavía está mi boleto de vuelta. Todo empezó cuando el señor me pidió algo en inglés, durante una cena. Lo miré y le dije, señor, disculpe, no te entiendo, pero no le importó. Siguió hablando, entre furioso y tranquilo, con los ojos fijos en su plato. A la hora de dormir, los chicos me contaron lo que significaban las cosas que me había dicho. Y yo sabía que no era bueno. De ahora en adelante en esta casa no se habla más español. Al principio, pensé de que no me iba a afectar, pero después lloré mucho. Me encerraba en el baño y abría las canillas para que nadie me escuchara. Traté de acostumbrarme, hice un esfuerzo, ponía las telenovelas y practicaba, pero no hubo caso. Parezco como uno de esos sordos, que sólo se comunican por señas. Me siento sola, los chicos son obedientes y me esquivan. En los últimos días, la rabia se comió a la tristeza. Ahora, cada vez que lo veo cerca, me hago la tonta, paso por detrás y le hablo a las paredes o a las plantas en guaraní. Sé que él me escucha pero no dice nada. Me río en silencio. Todavía ese idioma no está prohibido.
El pozo, el revólver, el hombre, la mujer, el amante y la madre
La víspera de su muerte X soñó con un pozo en el jardín. Al amanecer, desvelado por el enigma, cavó uno en la misma zona del sueño, tratando de imitar largo, ancho y profundidad. Paleó durante dos horas. Medio metro hundido en la tierra y a punto de desistir, descubrió un revólver negro en un fondo húmedo de hojas y lombrices. Estaba envuelto en un diario viejo, que se deshizo al primer contacto. En el tambor quedaba una bala. X lo observó largo rato, sopesándolo con una mano, sin entender cómo había llegado hasta ahí. Luego soltó la pala, se llevó el cañón a la sien, apretó el gatillo. Se derrumbó en silencio, sin testigos, porque era domingo y el barrio dormía. Su cuerpo tendido calzaba perfectamente en la cavidad del pozo, como un traje a medida.
Quienes lo conocieron aseguran que X no toleraba el absurdo. El pozo y el revólver pedían a gritos una razón para estar ahí. El suicidio era el ejercicio necesario para restaurar el equilibrio.
2. La mujer, el pozo y el revólver
El extraño suicidio de X se convirtió en un caso policial cuando se descubrió que su mujer había enterrado el revólver en el jardín. Años después, cuando el sumario expiró, confesó que solía susurrarle cosas al marido mientras dormía.
3. La mujer, el revólver y el amante
Desde el principio se murmuró en el barrio que la mujer había evitado la cárcel gracias al favor de un policía (al parecer experto en el arte de interrogar sospechosos). Habría sido él quien le obsequió el arma suicida y le enseñó los mecanismos de sugestión.
4. El hombre, el pozo, el revólver y la madre
La madre de X, científica reconocida en el mundo, era una positivista confesa. Incluso había sido amiga de Wittgenstein en su juventud. No creía en Dios, ni en la interpretación de los sueños. Tampoco toleraba el absurdo. Educó a sus hijos en consecuencia. Poco antes de su muerte, en un rapto emocional, se culpó a sí misma por la muerte de su hijo. Fue apenas un instante, pero valió por todo lo vivido. Dios borró sus pecados y ella fue al cielo que tanto había negado.
Tuesday, June 21, 2005
Frases, fragmentos de Cheever que me volaron la cabeza:
"Mientras pensaba en cosas pacíficas, advertí que las hormigas negras habían vencido a las rojas, y estaban retirando del campo los cadáveres. Pasó volando un petirrojo, perseguido por dos grajos. El gato estaba en el seto de uvas, acechando a un gorrión. Pasó una pareja de oropéndolas tirándose picotazos, y de pronto vi, a menos de medio metro de donde estaba, una culebra venenosa que se despojaba del último tramo de su oscura piel de invierno. No sentí temor ni miedo, pero me impresionó mi falta de preparación para este sector de la muerte."
"–Tengo esa terrible sensación de que soy un personaje, en una comedia de televisión –dijo–. Quiero decir que mi aspecto es agradable, estoy bien vestida, tengo hijos atractivos y alegres, pero experimento esa terrible sensación de que estoy en blanco y negro y de que cualquiera me puede apagar. Es sólo eso, que tengo esa terrible sensación de que me pueden borrar. –Mi esposa a menudo está triste porque su tristeza no es una tristeza triste, y dolida porque su dolor no es un dolor aplastante. Le pesa que su pesar no sea un pesar agudo, y cuando le explico que su pesar acerca de los defectos de su pesar puede ser un matiz diferente del espectro del sufrimiento humano, eso no la consuela."
"Lo que entonces deseaba identificar no era una sucesión de hechos sino una esencia, algo parecido a esa indescifrable colisión de contingencias que pueden provocar la exaltación o la desesperación. Lo que deseaba hacer era conferir, en un mundo tan incoherente, legitimidad a mis sueños."
"Entonces, me despierto desesperado, o me despierta el sonido de la lluvia sobre las palmeras. Pienso en un campesino que, al oír el ruido de la lluvia, estirará sus huesos derrengados y sonreirá, pensando que la lluvia empapa sus lechugas y sus repollos, su heno y su avena, sus zanahorias y su maíz. Pienso en un fontanero que, despertado por la lluvia, sonríe ante una visión del mundo en el cual todos los desagües están milagrosamente limpios y desatascados. Desagües en ángulo recto, desagües curvos, desagües torcidos por las raíces y herrumbrosos, todos gorgotean y descargan sus aguas en el mar. Pienso que la lluvia despertará a una vieja dama, que se preguntará si dejó en el jardín su ejemplar de Dombey and Son. ¿Su chal? ¿Cubrió las sillas? Y sé que el sonido de la lluvia despertará a algunos amantes y que su sonido parecerá parte de esa fuerza que arrojó a uno en brazos del otro."
Monday, June 20, 2005
Vecinos
tan radiante de lunas
Que la oscuridad ausente
someterá el mundo a una pequeña inversión
Es la certeza del presagio
Con solo mirar el mundo desde mi ventana
Lente aumentada de tragedias
Y allá, al otro lado, por fin
un violador se incorpora desnudo en su cama
y tras un breve ritual de sombras
guillotina su miembro a la posteridad
Nos separan patios internos
Una lluvia de estrellas ascendente
Una niebla menuda que viene de la calle
pudre el centro de esta manzana
Tres ventanas a la izquierda
son como los grados de un pecado
Una prostituta hace el amor por primera vez
con los ojos en naufragio
Y el cardumen de sus virus remite,
lentamente
hasta la sanidad
Los murciélagos vuelan entre las terrazas
Se oye el murmullo de un televisor encendido
varios pisos más abajo
De pronto, en este espejo al vacío
confirmo el giro de una larga reflexión
Es un vertiginoso dominó de sentidos
Una metástasis radical de entendimiento
Retrocedo uno, dos pasos
En esta noche de inversiones
no quiero desmenuzar mis miserias
ni medir el valor exacto de mi claridad
Y entonces, antes de que algo pase
La persiana cede
como un párpado cansado
No estoy muy acostumbrado a escribir poemas. Me dicen en el taller que en general soy bastante malo. Algunos después se transforman en cuentos. En general, siempre vuelve el tema de la inversión de los roles. Acá me gusta la escena. Un tipo en medio de la noche va a la ventana y se da cuenta de que algo raro pasa. Es una noche de extraña redención. Un violador se da cuenta de sus actos y guillotina su miembro para no seguir causando dolor. Una prostituta por primera vez hace el amor (no coge por $) y sus enfermedades venéreas remiten por un oscuro mecanismo sobrenatural. Pero entonces el tipo se da cuenta de que en esa noche de inversiones algo le puede pasar a él. No quiere saber si es bueno o malo, qué es lo que le depara a él. Por eso, prefiere cerrar la persiana y volver a dormir.
Mi primer cuento: ocklu o el perro de la soledad
Tengo un perro que se llama Ocklu y no estoy seguro de que sea un perro. Sin duda es un animal extraño, distinto a otros que he tenido. Apareció una tarde en el jardín, entre frutos caídos, cuando los veranos eran más cortos. Desde entonces permanece conmigo, desde entonces no ha parado de crecer.
Es inútil contar la historia de su crianza porque nadie encontrará en ella un indicio del presente. Ahora, todo lo que puedo decir es que en las noches sale a cazar porque la carne que le doy ya no es suficiente. Oigo cerrarse la puerta varias veces hasta el amanecer y el estrépito de los cuerpos que tropiezan con los muebles. Después es sólo un rumor: la digestión interminable.
Durante el día procuramos no estorbarnos. Cada mañana, es una transacción de golpes y pasos para saber quién ganará la mejor mitad de la casa. Cuando el encuentro es inevitable, no revelo temor, pero un agua oscura crece en mis pulmones. Inmóvil, silencioso naufragio. Lo sabe, no hay secretos para él, pero todavía soy el amo. Es necesario cuidar las apariencias: así son las cosas y fueron siempre. Tal vez por eso no hemos dejado de ir al parque, aunque nos miren extraño. El resto de los hombres está más seguro sin saber. Y en esa impostura, en esa inversión, lleva a cabo su desafío. Ocklu se convierte en el objeto de mi dolor pero también el de mi orgullo porque me hace único.
Ya casi es del tamaño de un caballo y parece tener un hambre infinita. Mis vecinos son su alimento, creo que pronto deberá buscar otras ciudades. ¡Quién dice que no vivirá mil años! Es joven y asolará imperios. Me voy quedando solo en el centro del silencio (que ya será del tamaño del mundo), pero siempre estará Ocklu, el perro, el mejor amigo del hombre.
Ocklu o el perro de la soledad fue mi primer cuento terminado, después de años con decenas de cuentos empezados, éste fue el primero que pude dejar y decir: no puedo agregar nada más. Años después, corregí el estilo y algunas partes para que no fuera taaaan borgeano, pero sigue estando ahí, en el reverso de todas las letras. Ahora, creo que cambiarlo por completo sería una traición a esa etapa, cuando no podía dejar de copiarlo. También tiene mucho del cuento de kafka del cordero-gato. En Ocklu siempre me gustó la idea de la inversión de los papeles amo-mascota y también la paradoja del animal que supuestamente está para acompañarte pero al mismo tiempo te aísla y te deja solo.
Este sería el principio de algún cuento que no sé cómo sigue aún. Sólo tengo esta frase. Pero me gustó la idea de pensar ese momento en que uno se entera de una tragedia personal: una muerte, un accidente, una enfermedad. Son momentos que uno se imagina centrales, dramáticos, sobreactuados, y en el fondo o después en el recuerdo lo son, pero durante el transcurso son mucho más naturales de lo que uno hubiera pensado. Y en la soledad de enterarse una tragedia, me imaginé que uno para no sentirse tan solo busca otras tragedias. A fulano le pasó esto, a mengano lo otro, no soy la peor mierda del mundo. Estas cosas pasan. Y no llevo la peor parte... Y la imagen queda linda, por la enumeración, una detrás de otra le da ritmo, a la manera de las enumeraciones de Borges o las epifanías de Cheever. Bueno, eso es todo, es más bien una reflexión en forma de cuento, veremos cómo sigue.